miércoles, 22 de septiembre de 2010


EL NIÑO QUE DEJAMOS DE SER

Nuestra niñez esta siempre asociada a pureza e ingenuidad; yo creo que a eso deberíamos llamarle autenticidad, es decir somos únicos y puros, estamos llenos no solo de vida sino que además no nos hemos aún contaminado con el mundo exterior. Y no es malo ese mundo exterior ya que nos enseña la vida en la tierra y el comportamiento del ser humano, el problema radica en que al vivir ese mundo al que nos exponen nuestros padres, pues nos alejamos cada vez mas de nuestra esencia de niños y nos alejamos de esa pureza e ingenuidad.

Según algunos preceptos filosóficos el ser humano nace bueno y la sociedad lo transforma o lo corrompe, lo amolda y lo condiciona a la sociedad en la que vive. En algunas religiones como en el budismo se elijen a los lamas cuando aun son pequeños y aun conservan su vida pasada que ha sido espiritual y que merece volver a cultivarse, a ese niño se le aísla del mundo y se le cultiva en los templos las virtudes del ser humano que ya nacen con uno mismo, ya que si vive en el mundo exterior las puede olvidar o borrar.

Al nacer según la tradición judía venimos de Dios y conforme vivimos en la tierra pues perdemos contacto con él poco a poco, es por ello de debemos buscarlo luego estudiando las escrituras; muchas religiones inclusive nos lo recuerdan; siempre estar en la búsqueda de Dios; en el cristianismo se nos dice que estamos hechos a su imagen y semejanza y por lo tanto debemos de buscarlo en nuestro interior en su forma más pura que es la de un niño.

Es quizás cuando somos niños que estamos más cerca de Nuestro ser superior? En la Biblia encontramos en Marcos 10:14; Jesucristo dijo: “Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos” quizás nos está diciendo que debemos volver a esa esencia y pureza de niños para poder acercarnos a nuestro ser supremo, sea cual fuere nuestra idea de Dios.

Recordando nuestra niñez pues nos podremos dar cuenta que quizás es muy cierto que nuestros pensamientos están alejados del odio, del rencor, del sexo, la mentira, el dinero, etc. porque aun no los conocemos.

Cuando somos niños en lo único que pensamos es en ser buenos; como decía mi abuela “para poder ir al cielo”.

De niños queremos ser médicos, para curar a la gente

De niños queremos ser bomberos, para salvar gente

De niños queremos ser profesores, para enseñar a la gente

De niños queremos ser abogados para defender a la gente

De niños queremos ser constructores, para que mas gente tenga donde vivir……

De niños queremos ser tantas cosas…….., pero no para ganar dinero sino para ”ayudar y servir a los demás”; esa vocación de servicio nace con nosotros entonces y nuestro ideal es crear un mundo mejor y más justo; pero ¿cuando es que perdemos la perspectiva? Cuando tomamos conciencia o cuando es que la perdemos?

Perdemos la conciencia interna cuando tomamos conciencia de la externa, cuando empezamos a vivir nuestra vida terrenal olvidándonos del niño puro y de ese espíritu sin contaminar que un día tuvimos.

Todos tenemos a un niño dentro y es quizás esta frase la que siempre nos recuerda que todavía tenemos esa pureza metida en nuestro ser con la que nacimos, ya no jugamos a ser médicos, bomberos o abogados; ahora trabajamos en estas profesiones pero para ganar dinero y con el dinero vivir mejor y solo así mejorando nuestro status social podremos recién ayudar a los demás; es decir que es el momento que ya podemos “dar”. Pero no nos damos cuenta que quizás estamos haciendo las cosas al revés; primero es dar; acá primero hemos buscado para nosotros y después es que queremos dar; ¿pero en realidad estamos dando de nosotros o simplemente lo que nos sobra?, no estamos dando de nosotros porque primero nos estamos asegurando lo nuestro.

Ese niño que dejamos de ser solo pensaba en “dar”; jugaba a ser doctor para curar y su pago era una sonrisa y beso en el cachete, no esperaba nada a cambio más que las gracias. Hoy eso dejó de ser un pago.

Un niño quiere que el mundo sea mejor, más bello, con gente feliz, con muchos juegos y sin preocupaciones por el mañana. La imaginación nos hace volar, irnos a otro planeta, viajar por el mundo, inventar cosas nuevas; sin embargo, mientras más envejecemos vamos perdiendo la esperanza, la imaginación y las posibilidades de tener un mundo mejor; y es que como decía mi abuela”uno va perdiendo la fe”.

Hoy me pregunto si es que perdemos la fe, y yo creo que no la perdemos nunca, mas bien es que “dejamos de creer” como cunado éramos niños, dejamos de creer en las personas; cuando niños creemos en los adultos, en lo que nos dicen y queremos imitarlos; adoptamos patrones que empiezan por nuestros padres; queremos ser tan buenos como ellos o quizás tan malos como ellos.

Nacemos con cosas tan buenas que no las cultivamos; que vamos olvidando y que vamos dejando en el camino.

Nunca es tarde para buscar a ese niño que tenemos adentro; encontrémoslo, debe estar sentado en una mesita pintando con colores en un papel en blanco un mundo mejor, coloreándolo con tonos de esperanza y de amor; busquemos a ese niño que sonríe de solo vernos llegar a casa; de recibir como pago a todo su trabajo diario un beso como agradecimiento. Ese niño tiene el camino seguro a un mundo mejor si es que lo orientamos adecuadamente; aprendamos de él o quizás mejor regresemos a él ya que esta lleno de fe, de esperanza y amor; fe en sus ideales, esperanza de alcanzarlos y amor a la humanidad.

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